Cuba: Celia, mujer de sorpresas increĆ­bles

Por Osviel Castro Medel.

Sus virtudes de luchadora la convirtieron en la primera integrante del EjƩrcito Rebelde y en guardiana de incontables documentos testigos contundentes del pasado.

Si ahora mismo repasĆ”ramos algunas de sus anĆ©cdotas, levantarĆ­amos las cejas de admiración o esbozarĆ­amos instintivamente una sonrisa, porque ella siempre traĆ­a las sorpresas mĆ”s insospechadas: desde zambullirse en un tupido marabuzal para evadir una persecución —algo que le costó numerosos pinchazos en la cabeza—, hasta disfrazarse de embarazada para despistar sobre sus andanzas clandestinas y temerarias.

QuƩ criatura tan extraordinaria, mƔs allƔ de sus conocidas virtudes de luchadora o detallista, que la convirtieron en la primera integrante del EjƩrcito Rebelde y en guardiana de incontables documentos o papelitos, testigos contundentes del pasado.

Su nombre, Celia Esther de los Desamparados SÔnchez Manduley, estÔ incrustado hermosamente en el corazón de Cuba y sigue recordÔndonos cuÔnto vale la modestia en tiempos en los que algunos andan como papalotes, lejanos de la tierra.

Demostró que se puede ser grande apartÔndose de cualquier vanagloria, sumergiéndose en la voz de los que no tenían voz, atendiendo a cualquier hora los reclamos de personas distintas, guardando los secretos del Estado con una humildad proverbial.

Su vida, que terminó físicamente aquel 11 de enero de 1980, pero continuó hecha estrella y latido en el ovillo de la historia, estÔ llena de increíbles, como aquel incidente de los cuatro años, cuando se tragó un pequeño bulbo de cristal, vomitado gracias a la pericia médica de su padre; o como la fiebre sicológica que padeció a los seis años, durante 20 días, después de haber perdido a la madre.

En su juventud sufrió urticarias y, según los anÔlisis de laboratorio, era alérgica a todo, excepto al mango; temía a mÔs no poder a los ratones, fumaba sin parar, apenas pellizcaba la comida y tomaba café en demasía.

Y es que era terrenal, sencilla, dicharachera, jaranera, sumamente rebelde. Por eso último no terminó el bachillerato en Manzanillo, pues un profesor que no entendía su embrollada letra quiso que le leyera un examen, pero Celia no aceptó pasar por esa «humillación» y, mostrando un carÔcter bien firme, se marchó del Instituto para sorpresa de la familia. Desde entonces comenzó a escribir en letra de molde.

En Media Luna, su pueblo natal, fueron célebres sus bromas infantiles a los mÔs grandes, pensadas en complicidad con sus hermanas: desde dejar enjabonado a un visitante de la casa, «pintorretear» un caballo y hacerlo entrar a un bar, hasta generar conflictos matrimoniales por cruzar falsas dedicatorias amorosas.

Cómo no estremecerse con el episodio que la relata regañando a un liniero, quien se había encaramado a una palma para capturar a su monita-mascota, regalada por un marinero de los que frecuentaban Pilón, el otro pueblo donde vivió un buen tiempo. Cuando el trepador le dijo que no podía escalar de otro modo que no fuera clavando sus pinchos al Ôrbol, Celia llegó a decirle: «EstÔ bien, hazlo, pero sin que le duela demasiado».

La sencillez se le salía por el acento campesino, jamÔs perdido; se le notaba en su poca pompa, que la hacía tener un armario estrecho de ropa, en el que fulguró durante muchos años una muda de «ocasión».

Salvadora del naufragio guerrillero, madrina recia de incontables niƱos, luz de Fidel en Ć©pocas complejas, organizadora incansable, diputada eterna que jamĆ”s se creyó cosas… Celia vuelve a llamarnos para decirnos, no solo en enero, que hagamos flotar la bandera del desinterĆ©s y de la entrega. Que no la dejemos caer nunca de nuestras almas.

Tomado de Juventud Rebelde/ Foto de portada: Archivo JR.

cubaenresumen

CorresponsalĆ­a en Cuba de Resumen Latinoamericano

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